Decir que encontrar el sentido de la vida es una ilusión puede aliviarnos, en parte, de la angustia que a veces sentimos cuanto intentamos comprender nuestra existencia. Pero lo plantees como lo plantees, es difícil huir de la realidad. Michael Ramsden reflexiona sobre este tema.
Woody Allen dijo en una ocasión: “¿Y si todo es una ilusión y nada existe? En ese caso, he pagado de más por esta alfombra”.
Aunque dicha en un contexto humorístico, esa cómica ocurrencia refleja el sentir de una escuela de pensamiento que existe desde hace muchos siglos. Recientemente, alguien de Oriente contó una divertida historia de un gurú que estaba explicando lo que la “teoría de la ilusión” dice sobre el dolor y el sufrimiento. Poco después de finalizar su discurso, que duró horas, uno de sus discípulos lo vio pasar corriendo, escapando de un elefante salvaje que le perseguía. Cuando por fin bajó del árbol donde se había puesto a salvo, su discípulo le preguntó: “Si el dolor y el sufrimiento son ilusorios, ¿por qué saliste corriendo?”. Después de un breve silencio, el gurú le contestó: “El elefante es una ilusión, mi huida es una ilusión, todo es una ilusión”.
La idea de que todo es una ilusión resulta atractiva porque mitiga parcialmente la angustia que a veces sentimos cuando intentamos comprender esta vida. Si todo es una ilusión, realmente no hay necesidad de preocuparnos porque no hay nada real de lo que preocuparse. Pero ahí está el problema. Cuando hablamos de ilusión estamos dando por sentado que la realidad existe —si no, no podríamos distinguir la una de la otra. Y si la realidad existe, entonces no todo es ilusorio. Por tanto, cuando apelamos a la ilusión, lo que estamos haciendo es intentar (sin éxito) evadir el problema en lugar de afrontarlo. Lo mires como lo mires, es difícil huir de la realidad.
Una de las consecuencias de apelar a la ilusión, y quizá una explicación de su creciente popularidad, es que también afecta a un dilema aún mayor: el del sentido. Si todo es una ilusión, entonces pensar que hay un sentido también es ilusorio. Y como la búsqueda de sentido o significado ha sido infructuosa para muchos, la idea de que no hay un sentido puede ser extrañamente reconfortante. ¡Al menos no nos estamos perdiendo nada!
Si todo es una ilusión, entonces pensar que hay un sentido también es ilusorio.
Obviamente, una vez asumimos que la vida no tiene sentido, entonces materias como la historia —el registro de los sucesos de la vida— se convierten en un registro carente de sentido. En un libro titulado The Search for Meaningful Existence(En busca de una existencia con significado), el autor plantea una buena pregunta cuando escribe:
“Pero debemos hacer siguiente pregunta: ‘¿Por qué para esta generación de jóvenes adultos incluso la historia ha perdido su sentido?’. Estoy seguro de que la mayoría de ellos no sabría qué responder. De hecho, probablemente sugerirían que la pregunta en sí está mal formulada, y que los que deben presentar pruebas son aquellos que dicen que la historia sí tiene sentido. Es un rechazo en términos de negación. La historia carece de sentido y propósito porque nunca tuvo un sentido y un propósito. No puedes perder lo que nunca poseíste”.
¿Pero podemos decir con seguridad que la historia nunca tuvo un sentido, y que por tanto no puede perderlo? En cuanto hacemos esa afirmación, la afirmación misma se convierte en una declaración histórica. Incluso mientras la estamos pronunciando, esa declaración pasa del presente al pasado. De hecho, el tiempo que estás dedicando a leer este artículo ya pertenece al pasado. Entonces, ¿concluimos que lo que ha tenido lugar carece de sentido?
Desde luego, esto hace que el problema se vuelva demasiado crudo. Algunos dicen que, aunque los hechos históricos sí se pueden verificar, no es cierto que se puedan interpretar. De nuevo, esta afirmación es realmente sorprendente. Es más, en cuanto alguien hace esa afirmación, ¡se convierte en una afirmación histórica sorprendente! Se aborde como se aborde el tema, cualquiera que quiera abogar por esta posición descubrirá que es muy difícil de defender.
Quizá lo que sí podríamos decir es que verificar la interpretación correcta de un hecho histórico es muy difícil. Pero eso no es lo mismo que decir que no hay forma de llegar a su interpretación. Simplemente significa que hay un amplio margen de error.
Naturalmente, esto hace que surjan varias preguntas para el cristiano. El cristianismo no afirma traer tan solo una revelación abstracta de Dios. Afirma que Dios se reveló de forma concreta a lo largo de la historia y, finalmente, en la persona de Cristo. Entonces, ¿cómo solventar los problemas que surgen cuando queremos entender la historia? ¿Cómo podríamos llegar a una interpretación fiable?
Una vez alguien describió al historiador como un profeta a la inversa, y es la unión de estos dos tipos de registro —el profético y el histórico— la que conforma la serie de libros conocida como la Biblia. Eso es precisamente lo que afirman los autores de los Evangelios. El registro escrito de la interpretación que Dios mismo hace del mundo en el que vivimos y de nuestro lugar en él está compuesta por descripciones de sucesos pasados, por predicciones de acontecimientos futuros y por el testimonio de cómo esas predicciones se cumplieron. Así que estamos ante una afirmación asombrosa y, en mi opinión, una afirmación basada en evidencias. ¿Te has tomado tiempo para examinarla?
Y es ese elemento profético el que reduce el margen de interpretación de los acontecimientos clave registrados en la Biblia. De hecho, incluso podríamos decir que prescribe cuál es la interpretación correcta. La interpretación viene una vez hemos identificado los hechos. La Biblia no solo nos dice qué sucesos ocurrirán, sino cómo y por qué ocurrirán. Por tanto, no queda mucho margen para la interpretación. Lo que nos queda es reconocer el curso de los acontecimientos cuando estos ocurren, puesto que el Dios que dirige los acontecimientos ya nos ha dado la interpretación.
Dios no solo nos da el marco en el que interpretar la historia, sino que también nos da el marco en el que encontrar el sentido de nuestro propio ser. Esa es la razón por la que uno de los primeros cristianos, el apóstol Pablo, dijo: “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. El sentido de nuestra existencia no es algo ilusorio porque fuimos creados con un propósito, y el propósito es indispensable para que haya sentido, y todo esto descansa sobre la Realidad de un Dios que siempre está presente.
A fin de cuentas, parece que las alfombras sí existen.