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Vivimos días de ansiedad e incertidumbre. El mundo entero está con miedo. De pronto hemos tomado conciencia de la fragilidad de la vida. ¿Qué pasará mañana? La fortaleza en la que el Hombre contemporáneo se creía seguro se ha tornado debilidad, hay grietas en los pilares y nos sentimos vulnerables. La gente busca un mensaje de serenidad y tranquilidad.

Una situación de crisis como la que estamos viviendo sacude nuestra filosofía de vida y debilita nuestra autosuficiencia. Ello nos obliga a buscar refugio en valores seguros. En los ámbitos financieros se recurre al oro cuando la bolsa se hunde. ¿Cuál es el equivalente del “oro” en nuestra vida? ¿Dónde podemos poner nuestra confianza? Esta es la pregunta clave.

Los cristianos creemos que el valor refugio por excelencia, “el oro” al cual acudir, es la fe, la fe en Cristo. El apóstol Pedro escribía “vuestra fe es mucho más preciosa que el oro” (1). Y lo creemos así porque la fe cristiana responde a las necesidades más profundas del ser humano; nos da tres grandes columnas que nos sostienen:

  • Necesidad de identidad: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?
  • Necesidad de propósito: ¿Qué es la vida? ¿Para qué estoy aquí?
  • Necesidad de esperanza: ¿Qué hay después de la muerte?

La Biblia, la “carta abierta” de Dios a los hombres, nos enseña el camino que lleva a la confianza en momentos de crisis. Uno de los textos más alentadores en este sentido es el Salmo 91, también llamado el “Himno triunfal de la confianza”. Ha infundido aliento y paz a millones de personas en el fuego de la prueba.

Probablemente fue escrito en medio de una epidemia de peste. Podrían ser circunstancias similares a las que estamos viviendo hoy. Su mensaje, por tanto, es muy relevante a nuestra situación actual de epidemia.

Su mensaje se resume en una frase: la confianza triunfa sobre el miedo. El salmista nos presenta el trayecto desde la ansiedad-miedo hasta la confianza en tres pasos. En realidad, son los mismos pasos que encontramos en una relación de amor:

  • Conoce a Dios
  • Ama a Dios
  • Confía en Dios

Al conocer, nos encontramos y al encontrarnos amamos. Así ocurre con la fe. La fe cristiana es una relación de amor que se inicia con un encuentro personal con Jesús, “la imagen (el retrato) del Dios invisible”, y se sostiene por la confianza. Veamos estos pasos:

CONOCE A DIOS

Dios es el gran desconocido. Muchas personas rechazan a Dios sin saber lo más mínimo de Él; en realidad lo que rechazan es su idea de Dios, un Dios fruto de su imaginación. Conocer cómo es Dios realmente es un paso imprescindible en el trayecto hacia la confianza. Por ello el salmo empieza con una deslumbrante descripción del carácter de Dios:

El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo al Señor: «Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré».

Hasta cuatro nombres distintos se mencionan en los dos versículos iniciales para explicar quién y cómo es Dios. ¡Formidable pórtico de entrada a la confianza! Para el salmista, Dios es el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor y el Dios Sublime.

El conocimiento de Dios es el cimiento de nuestra confianza. Podríamos parafrasear el refrán y afirmar, “dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu confianza”. Al conocerle, el salmista descubre en Dios a su Abrigo, su Sombra, su Esperanza y su Castillo.

AMA A DIOS

En segundo lugar, al conocer, amamos y se establece una relación personal. Notemos cómo el salmista se refiere a Dios como mi Dios, esperanza mía y castillo mío. El adjetivo “mi” nos abre una perspectiva singular y cambia muchas cosas: el Dios del salmista es un Dios personal, cercano, que interviene en su vida y se preocupa por sus temores y necesidades.

Ahí tenemos uno de los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios no es solo el Todopoderoso, el creador del Universo, sino también el Padre íntimo, el Abba (“papá”) que me ama y me guarda. Este es nuestro gran privilegio: Dios nos trata como un padre a su hijo porque en Jesucristo somos hechos hijos adoptivos de Dios. Para el cristiano, Dios no es un “él” lejano, sino un “tú” cercano. Por ello el salmista afirma en una preciosa metáfora:

Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro.

CONFÍA EN DIOS

Después de descubrir cómo es Dios y de poner en Él su amor, el salmista exclama: “Mi Dios, en quien confiaré”. El amor y la confianza se retroalimentan: la confianza es una respuesta al amor y el amor, a su vez, se expresa confiando.

El cristiano confía en la protección de Dios expresada de tres maneras, la triple “C” de la protección de Dios.

  • Dios conoce  
  • Dios controla
  • Dios cuida (de mí)

El azar no es la fuerza que mueve el mundo. Nuestra vida no está a merced de un virus, sino en manos del Dios todopoderoso. Creemos que nada ocurre fuera del control de Dios. Por ello el salmista exclama seguro:

Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, escudo y protección es su verdad.
No temerás… ni a la pestilencia que ande en la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya…
No te sobrevendrá mal ni plaga tocará tu morada.

El mismo Jesús confirmó esta realidad con palabras llenas de sensibilidad: ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos”. (2)

A modo de magnífico resumen, es Dios mismo quien habla al final del salmo y asume el compromiso de cumplir sus promesas:

Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré;
lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.
Me invocará y yo le responderé;
con él estaré yo en la angustia,
lo libraré y lo glorificaré.

En conclusión, la fe en Cristo no es una vacuna contra todo mal, sino una garantía de total seguridad, la seguridad de que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (3). En otras palabras, la fe no garantiza la ausencia de la prueba, pero sí la victoria sobre la prueba.

No hay lugar para el triunfalismo, pero ciertamente hay triunfo. Es el triunfo que la resurrección de Cristo nos aseguró con su victoria sobre el mal y la muerte. Es el mismo Cristo que nos dice hoy: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (4)

Ahí radica la certidumbre de nuestra fe y la confianza que vence todo temor.

 

(1) 1ª Pedro 1:7
(2) Mateo 6:15-16; Lucas 12:6-7
(3) Romanos 8:31
(4) Mateo 28:20

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Pablo Martínez Vila

Presidente Fundación Pontea. Médico psiquiatra.