Es fácil decir que Jesús es bueno cuando las cosas van bien; otra cosa muy distinta es decirlo cuando estamos enfermos, cuando hemos perdido nuestros trabajos, cuando hemos perdido a un ser querido o cuando parece que nuestro mundo se está desmoronando. ¿Es Jesús quien dice ser?
Por mucho que no queramos creerlo, el futuro siempre ha sido incierto. Desafortunadamente, a causa de la situación global actual, muchos se han visto superados por el miedo y la ansiedad. También muchos cristianos se han sentido paralizados por la duda. En tiempos de crisis, puede ser difícil creer en la bondad de Dios.
Es fácil decir que Jesús es bueno cuando las cosas van bien; otra cosa muy distinta es decirlo cuando estamos enfermos, cuando hemos perdido nuestros trabajos, cuando hemos perdido a un ser querido o cuando parece que nuestro mundo se está desmoronando. En estos tiempos, nos puede surgir la pregunta “Jesús, ¿eres realmente quien dices?”.
Afortunadamente, no somos los primeros en luchar con esta duda en tiempos de dificultades; de hecho, la historia de la iglesia está llena de hombres y mujeres de fe que lucharon con una pregunta similar. Pero aún más importante, la propia Escritura nos da un modelo de qué hacer con nuestras dudas en tiempos de incertidumbre.
Un gran ejemplo para nosotros hoy es Juan el Bautista. Sabemos por las Escrituras que Juan no era un hombre pagano sin ninguna noción de Dios; era justamente al contrario. Era el que había estado profetizando y preparando el camino para que la gente conociera a Jesús (Mateo 3:1-3). Es más, era el que había bautizado a Jesús y había visto al Espíritu Santo descender sobre Él como una paloma (Mateo 3:16-17). Cristo llegó a decir que, entre los mortales, no había nadie más grande que Juan (Mateo 11:11). En resumen, Juan estaba cumpliendo con su propósito en la vida mejor que tú o yo. Desde luego, si había alguien que debía confiar plenamente en Jesús era Juan. Pero eso no es lo que leemos en las Escrituras.
En el Evangelio de Mateo descubrimos que Juan fue encarcelado injustamente, una situación que probablemente lo dejó confundido y frustrado, pensando: “Dios, he hecho todo lo que querías que hiciera. Entonces, ¿por qué estoy sufriendo en la cárcel?”. Recuerda que antes de que Juan bautizara a Jesús, dijo: “¡Aquí tenéis al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Ahora que está en la cárcel, Juan envía a un par de sus discípulos a que le pregunten a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mateo 11:3). En otras palabras, Juan le está preguntando: “¿Eres realmente el Mesías o yo estaba equivocado?”.
¡Es una duda importante! Dada la importancia de esa duda en particular (¡y la importancia de la persona que duda!), cabría esperar una reprimenda por parte de Cristo. Pero la respuesta de Jesús no fue una reprimenda o un “¡Cómo te atreves a hacer esta pregunta!”. Fue un claro estímulo y una garantía de que Jesús sí era quien decía ser. En lugar de decirle simplemente “Sí, lo soy”, Jesús cita a Isaías y apela a la sensibilidad profética de Juan. Y luego Jesús elogia a Juan por el trabajo que ha hecho. ¿Por qué la respuesta de Cristo fue diferente esta vez?
Juan no fue la única persona que le preguntó a Jesús si era el Mesías. En Lucas 23:39, uno de los ladrones colgado en la cruz al lado de Jesús le hace una pregunta similar. Pero el corazón y la motivación eran completamente diferentes. Le dice a Jesús: “Si realmente eres quien dices ser, ¡sácame de esta situación! ¡Bájame de esta cruz!”. Le dice a Jesús que lo demuestre. Pero Juan hizo algo completamente diferente. Juan no le puso condiciones a Jesús. Solo necesitaba saber la verdad, no cómo beneficiarse de ella. Juan sabía que, si Jesús era quien decía ser, podía confiarle el destino de su vida.
Juan estaba diciendo lo siguiente: “Jesús, si realmente eres Dios, nada más importa. No necesito que me saques de la cárcel. No necesito que hagas nada por mí. Ya conoces mi dolor. Ya conoces mis pensamientos. Lo único que necesito saber es que tú eres quien dices ser, y entonces sé que me sostendrás en medio de todo esto”.
¿Llevamos nuestras dudas a Jesús como Juan o como el ladrón? ¿Qué le exigimos al autor de nuestras vidas? ¿Que nos demuestre quién es haciendo algo por nosotros? ¿O que nos dé la gracia de creer una vez más que es quien dice ser? Porque, más que la vida misma, lo que Juan necesitaba era recordar la soberanía y el amor de Dios.
Si alguien como Juan el Bautista tenía dudas, nosotros también podemos tenerlas. Pero debemos llevar nuestras dudas directamente a Aquel que es capaz de atenderlas, y debemos hacerlo buscando la verdad, no nuestra conveniencia o supervivencia. Juan necesitaba recordar el evangelio, y tú y yo también lo necesitamos. Una parte importante de la vida cristiana consiste en luchar por recordar la obra constante de Cristo en nuestras vidas. Lo hermoso es que a medida que esta verdad se convierte en una realidad, podemos vivir nuestras vidas firmemente anclados a sus promesas y ser un faro de luz para aquellos sin esperanza.
Lo más reconfortante que tenemos como cristianos no es que Cristo nos librará de nuestras luchas presentes, sino que estará con nosotros en medio de ellas y que nos ha dado la seguridad de la eternidad. El cristianismo no es para aquellos que quieren respuestas fáciles a preguntas difíciles; es para aquellos que necesitan un fundamento sólido en medio de la tormenta.
Más que nunca, necesitamos recordar el evangelio. Necesitamos a Jesús más que la salud, la seguridad económica y la certeza. Vayamos a Él en este tiempo de crisis y encontraremos esperanza en las palabras que le hizo llegar a Juan en aquel tiempo de incertidumbre y necesidad:
“Id y contadle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía” (Mateo 11:4-6).
Traducción: Dorcas González Bataller