El señor de los anillos fue una inspiración para mí cuando era niña. Mi padre me lo leyó. Ahora se lo estoy leyendo a mi hija de ocho años y las dos lo estamos disfrutando.
En un momento difícil de la historia, dos personajes principales, Frodo y Sam, están hablando sobre dónde se encuentran en la historia. Sam recuerda cómo solía pensar que las personas en las historias vivían aventuras porque sus vidas eran aburridas. Sin embargo, reflexiona: «Pero con las historias que importaban de veras […] no ocurría lo mismo».
Frodo disfruta la historia que Sam comienza a contar sobre su propia aventura. Pero entonces para a su amigo:
Estamos yendo demasiado deprisa. Tú y yo, Sam, nos encontramos todavía atascados en los peores pasajes de la historia, y es demasiado probable que algunos digan al llegar a este punto: «Cierra el libro, papá, no tenemos ganas de seguir leyendo».
Los hobbits no saben cómo terminará su historia. Si acabase en ese momento, sería desoladora y desesperanzadora. Sin embargo, la historia continúa.
Tolkien los lleva a través de la oscuridad, el sufrimiento y la pérdida hasta una victoria dolorosa, cuando Gollum le arranca el anillo de un mordisco a Frodo. La historia deja a Frodo con cicatrices físicas y emocionales. No obstante, es una victoria como aquellas sobre las que él y Sam solían escuchar en las canciones e historias. Al final, después de haber cambiado y madurado, Frodo se marcha con los elfos a la tierra al otro lado del mar.
La fe cristiana de Tolkien dio forma a su obra y esa fe no solo era en la muerte de Jesús, sino también en su resurrección. El viaje de todos los personajes principales es a través de la oscuridad, incluso de la muerte, hacia una nueva vida. Pero si les dieses una palmadita en el hombro en el momento más oscuro, ninguno sabría dónde están dentro de la historia.
Si ahora te hallas en medio de un momento de sufrimiento, la esperanza de un final feliz quizás te parezca de mal gusto. Un amigo que perdió a su primer hijo por culpa de un aborto espontáneo compartió conmigo que durante mucho tiempo él y su mujer solo pudieron orar el Salmo 88, que termina en oscuridad. El cliché que todo lo cura de que «todo pasa por una razón», a menudo es un triste consuelo para un corazón angustiado.
Sin embargo, otro amigo, cuyo hijo adolescente quedó con daños cerebrales debido a un accidente deportivo, compartió conmigo su perspectiva sobre el sufrimiento de la siguiente manera: «Las personas a menudo creen que la realidad del sufrimiento es una vergüenza para la fe cristiana. Pero creo que el sufrimiento es el mejor argumento apologético que existe a favor del cristianismo».
Desde una perspectiva atea, no solo no hay esperanza de un final mejor para la historia: es que no hay ninguna historia. No hay nada más que indiferencia ciega y despiadada.
Desde una perspectiva cristiana, no solo hay esperanza de un final mejor, hay intimidad ahora con aquel cuyas manos resucitadas aún tienen las cicatrices de los clavos que lo sujetaron a la cruz. El sufrimiento no es una vergüenza para la fe cristiana. Es el hilo con el que el nombre de Cristo está bordado en nuestras vidas.
—Rebecca McLaughlin
Un fragmento de Confrontando el cristianismo: Doce preguntas difíciles para la religión más grande del mundo (Andamio Editorial, 2023)