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¿Puede el universo decirnos quiénes somos y cuál es nuestro cometido aquí?

Imagina que tomásemos una baraja de cartas del tarot o utilizásemos cualquier otro método de consulta espiritual, e hiciésemos preguntas como: «¿Existe un Dios creador y personal? ¿Hay vida después de la muerte?». La respuesta sería: «No puedo revelar nada sobre ese tema».

Esta es una respuesta real recibida por varias personas que han estado dentro de círculos esotéricos. Por tanto, si esas fuerzas espirituales no son capaces de colmar nuestros interrogantes, puede que realmente su intención no sea que encontremos la paz, sino atarnos a una espiral de duda.

Entonces, puestos a probar, ¿por qué no preguntar a Dios?

Ahora bien, ¿cómo podríamos esperar que Dios hable cuando ya nos hemos comunicado satisfactoriamente con «el otro lado»? ¿Por qué parece que a Dios le cuesta tanto comunicarse de forma clara con el ser humano?

Tenemos que tener en cuenta varios aspectos. Primero, una consulta dentro del mundo esotérico es similar a una transacción económica; yo obtengo algo a cambio de ofrecerte otra cosa. Es un acuerdo rápido y satisfactorio… [1] Por el contrario, el cristianismo no es ningún tipo de acuerdo eventual, sino que está fundamentado en una relación. Por esta razón, no podemos esperar que escuchar a Dios sea un acto instantáneo como aquel que paga por una camiseta o una hamburguesa. En las relaciones, la complicidad necesita tiempo y el amor necesita libertad para ser real. Si ciertamente Dios quiere que tengamos una relación profunda y verdadera con él, este no puede manifestarse como un medio evidente ni como un ser opresor.

El célebre escritor Miguel de Unamuno se preguntaba a principios del siglo pasado: «Señor, ¿por qué te escondes si encendiste en nuestro pecho el ansia de que existas?». [2] Dios no puede dejar de amarnos, pero respeta nuestra libertad hasta el punto de no ser más obvio.

En la Biblia, en multitud de ocasiones, Dios narra su deseo de encuentro con nosotros como si él fuese un amante que anhela tomar a la novia (Isaías 61:10), pero esta se escapa justo antes de la boda debido a su corazón inconstante (Ezequiel 16:30). ¿Y acaso el Dios invisible no ha estado llamándonos desde los elementos visibles en su creación? ¿No habla el inmenso universo del inconmensurable poder de Dios? ¿No nos cuentan las maravillas de la naturaleza el encanto de su persona?

Puede que parte de la razón por la que nos cueste tanto escuchar a Dios es porque, de una forma o de otra, hace tiempo que cegamos nuestros ojos, tapamos nuestros oídos y obstruimos nuestros sentidos; en definitiva, rechazamos la invitación para ese encuentro divino. Y parece ser que solo mediante ese enlace con nuestro verdadero amado, nuestras aflicciones y anhelos encontrarán reposo (Hebreos 4:16).

Lo paradójico de las espiritualidades que pregonan la reconexión con la naturaleza y con uno mismo, es que con sus prácticas precisamente favorecen lo contrario: la enajenación de la percepción y la esterilización de la mente.

Esto es debido a que muchas de las personas que viven una espiritualidad esotérica acaban desarrollando algún hábito tóxico, como la subordinación a las consultas, la relación de dependencia con la canalización espiritual, la inducción de estados de conciencia alterados mediante el trance, la regresión o la ayahuasca, la obsesión con la protección obtenida mediante ritos o amuletos, etc. Dios, en contraste con cualquier tipo de alienación, nos ruega que estemos atentos y lúcidos: «¡Estad alerta! ¡Vigilad! […] no sea que [yo] venga de repente y os encuentre dormidos» (Marcos 13:33, 36).

Jesús de Nazaret, durante su vida y ministerio, no estuvo exento de buscar discernimiento y guía en la presencia de Dios. De forma recurrente, Jesús se apartaba a la soledad de las montañas, a la quietud del monte de los Olivos o al reposo del desierto para hablar con el Padre. Para él, la naturaleza presentaba un escenario idóneo donde escuchar a Dios.

La oración era el eje de su misión, lo más esencial en su vida. Siempre que debía tomar una decisión importante o ante desafíos inminentes, su recurso era el diálogo íntimo con Dios. Orar no era un método para aislarse del mundo, sino la única disciplina que podía nutrirle con una visión clara de lo que le rodeaba y de su propósito en todo ello. Orar le permitía ver su realidad con los ojos de Dios.

Por otro lado, una pregunta pertinente que podemos hacernos en nuestra apertura a lo espiritual es: ¿existe alguna característica especial para saber que Dios está intentando comunicarse conmigo y no se trata de autosugestión?

Pese a que todos somos diferentes y, por tanto, los encuentros místicos suelen ser distintos, hay un camino común que recorren casi todos aquellos que han tenido ese encuentro personal. Esta travesía está compuesta por varias etapas que se desarrollan de forma secuencial y cuya duración en el tiempo dependerá de cada individuo:

    • intuición de un tesoro valioso tras el misterio de Dios, durante el instante en el que confluyen su búsqueda hacia nuestra persona y nuestra disposición a ser hallados por lo divino;
    • convicción de vacío, como si hubiéramos sido privados de una parte inherente a nuestro ser;
  • experiencia de la gracia, obtención de amor y aceptación plenos tras ser cobijados por el tierno abrazo de Dios Padre;
  • manifestación espiritual interna, algo ha renacido en nuestro centro colmándonos de paz y de propósito.

Cuando Dios se acerca invisible a tu alma despierta, es como si una luz te atravesara las entrañas, dejándote ver tal y como eres; se adentra en tus pensamientos y su voz te toca el corazón. Dios no solo está interesado en dar respuesta a las grandes preguntas del ser humano, sino que también desea restaurarnos desde lo más profundo de nuestro ser.

En definitiva, aquel espíritu contemplativo que busca en lo natural y en lo cotidiano una conexión con algo superior a nosotros, no está desencaminado de hallar la voz de Dios, pues si la creación es obra de sus manos, la piel que envuelve lo creado nos llevará hasta el alfarero. [3]

—Miguel Ángel Fernández Núñez

Un fragmento de Dios no echa las cartas: La voz de Dios ante lo esotérico (Andamio Editorial, 2025)

 

[1] Este tipo de vinculación la veremos con más detalle en el capítulo 3, «La vivencia de lo esotérico».

[2] Ver Unamuno, Miguel. (2001). Poesías. Ediciones Cátedra.

[3] Sobre la manera en que Dios utiliza la creación para hacerse oír hablaremos con más detalle en el capítulo 4, «¿Juega Dios a las cartas?».

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