“No puedo creer que un loco (Jesús) pueda haber tocado e inspirado las vidas de millones de personas”.
Así respondía Bono, el cantante de U-2, a una pregunta sobre su fe en Jesús en una entrevista para la televisión pública irlandesa. Sus palabras reflejan la experiencia de muchos otros que han visto sus vidas cambiadas por la persona y el mensaje del Maestro de Galilea.
¿Por qué Jesús ejerció —y continua ejerciendo— un poder de fascinación tan grande sobre hombres y mujeres, una fascinación que cautiva tanto a cristianos como a no cristianos? ¿Acaso puede un enfermo mental tener una influencia tan extraordinaria sobre la vida de las personas?
¿Qué magnética atracción, qué formidable poder de convicción hay en Jesús para que un hombre como Dostoievsky escriba: “Si alguna vez alguien me demostrara que Cristo está fuera de la verdad y que en realidad la verdad está fuera de Cristo, entonces preferiría permanecer con Cristo que con la verdad”?
Seguramente has oído alguna vez a alguien despreciar a Jesús, todo lo que dijo e hizo, con un simple “por supuesto, no me merece ningún crédito porque estaba loco, fue un enfermo mental”. Desde las filas del neo-ateísmo resurge hoy con fuerza la antigua idea de que Cristo no fue más que un desequilibrado mental, un megalómano. No es un argumento nuevo; sus contemporáneos ya le acusaron de “tener demonio” y de “estar fuera de sí”.
¿Fue el Jesús de los Evangelios un loco, o fue lo que él mismo, y sus seguidores, pretenden, el Hijo de Dios? Estamos ante una pregunta de crucial importancia. Como afirma el profesor John Lennox, “la importancia de este asunto no puede ser exagerada porque tiene que ver con la verdad o la falsedad de la fe cristiana”. El asunto de la salud mental de Jesús constituye una base imprescindible para creer sus palabras, en especial su pretensión de que era Dios. El conocido autor C.S. Lewis apuntó al meollo del problema cuando dijo:
Un hombre que fuese meramente un hombre y dijese el tipo de cosas que Jesús dijo, no sería un gran maestro de moral. Sería o bien un loco —al mismo nivel del que afirma ser un huevo frito— o bien sería el diablo en persona. Puedes hacerlo callar por demente, escupirle y matarlo por demonio, o puedes postrarte a sus pies y llamarle Señor y Dios.
Esta cita, llamada el “trilema”, nos pone ante tres opciones: o Jesús fue un desequilibrado mental, o fue un malvado impostor o, si no, entonces fue lo que él mismo afirmó ser: Dios. Por ello, el análisis de la salud mental de Jesús es una tarea importante en la defensa de la fe cristiana. Si Jesús no fue más que un enfermo, entonces tienen razón los que desprecian su figura y ridiculizan el cristianismo. Por el contrario, si aquel que afirmó “el Padre y yo una cosa somos” no exhibe síntomas de enfermedad psíquica, entonces sus palabras adquieren una dimensión y una autoridad inusitadas.
La importancia del tema nos llevó a investigar durante varios años [1] la persona de Jesús desde el punto de vista de un psiquiatra. Usamos para ello los criterios que nos permiten una evaluación fiable y amplia sobre la salud mental de una persona. Así analizamos su carácter (los rasgos de su personalidad), su vida (la coherencia entre sus palabras y sus hechos), sus relaciones con diferentes tipos de personas, su reacción ante la adversidad (incluyendo su sufrimiento y su muerte) y su influencia para transformar vidas.
¿A qué conclusión llegamos? No encontramos en Jesús ninguna evidencia de patología. Ningún enfermo psíquico podría haber hablado o actuado jamás como lo hizo Jesús. La lucidez de su discurso, la sabiduría de su enseñanza, la profunda empatía y sensibilidad hacia los marginados, su extraordinaria fortaleza mental y domino propio ante el sufrimiento o la calumnia [2] excluyen cualquier atisbo de desequilibrio mental. Es más, la madurez, el equilibrio y la equidad brillan de tal forma en su persona que concluimos que la mente de Jesús es la más sana que ha existido jamás.
Sin embargo, no podemos acabar aquí. La convicción de que Jesús fue un hombre con una salud mental extraordinaria es importante, pero no es suficiente. Jesús no es un mero objeto de investigación que se puede diseccionar en el laboratorio de la erudición científica, sino una persona con quien relacionarse. Creer en Cristo no es sólo razonar, sino recibir. En el caso de Jesús, el lema “ver para creer” se transforma en “creer para ver”.
“¿Quién decís vosotros que soy yo?”, preguntó Jesús a sus discípulos. Y la misma pregunta hace hoy a todo ser humano. En último término es el propio Jesús quien nos interpela. La respuesta a esta pregunta decisiva no es sólo un asunto de “opinar sobre”, sino de “seguir a”. No se puede responder a la invitación “sígueme tú” solo con la cabeza, sino con el corazón. Las demandas de Jesús van más allá de un conocimiento intelectual; implican un conocimiento experiencial que solo puede venir de un encuentro personal, de una experiencia de primera mano. No es suficiente con admirar a Jesús y reconocer su singularidad. Jesús no quiere sólo ser admirado, sino también amado.
Jesús, la mente más sana que ha existido jamás, ha cambiado millones de vidas, como afirmaba Bono en la cita inicial. Y sigue haciéndolo hoy. No te limites a conocer sobre Jesús, conócele personalmente. Descubrirás el poder transformador de su persona y de su mensaje, el Evangelio. Ser transformado por Jesús es infinitamente mejor que estar informado sobre Jesús.
1 El autor acaba de publicar juntamente con un colega británico, Profesor Andrew Sims, un exhaustivo análisis sobre este tema en el libro “Mad or God: Jesus the healthiest mind of all” , P. Martínez-A Sims, Inter-Varsity Press, London, 2018.
2 El lector puede encontrar una descripción detallada de los rasgos indicadores de salud de Jesús en el libro mencionado.