Duda de todo, encuentra tu propia luz. (1) Estas fueron las últimas palabras del Buda. Lo cierto es que el ser humano constantemente está dudando de sí mismo. Después de todo, ¿qué tipo de certeza tenemos de que esa luz interna es real o verdadera? La sed de significado, el anhelo por comprender y la búsqueda de respuestas y soluciones son características fundamentales de la condición humana.
Por ejemplo, ¿cuál es la naturaleza de la realidad? ¿Qué es la existencia después de todo? ¿Cuál es el propósito de la vida, si es que lo hay, y a qué preguntas deberíamos intentar dar respuesta? Un buen recurso –aunque muchas veces olvidado– para reflexionar en estos temas es el libro de Eclesiastés, escrito por Cohelet, que en hebreo quiere decir “el predicador”. Su mensaje es increíblemente profundo aún en el siglo XXI, pues nos desafía haciéndonos preguntas, mostrándonos contradicciones y forzándonos a experimentar lo que se siente cuando lo único que vemos es el absurdo de la vida.
Las primeras líneas del libro ya nos confrontan con aquella famosa declaración: “Vanidad de vanidades, vanidad de vanidades; todo es vanidad y correr tras el viento”. O como dice otra traducción de Eclesiastés 1:2: “Lo más absurdo de lo absurdo, –dice el Maestro–, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo!”. ¡No es un comienzo demasiado alentador! El predicador se ha propuesto observar detalladamente la vida, analizar qué cosas de las que la humanidad hace bajo el sol son beneficiosas para ella. Y los resultados de su indagación son bastante deprimentes: en esta vida, todo parece estar marcado por la inevitabilidad. La libertad humana parece estar restringida por las necesidades, provocando en nosotros un sentido de impotencia. Y el círculo repetitivo, el círculo sin fin, nos lleva al aburrimiento, al sinsentido y a la desesperación.
Muchos sabios, filósofos y gurús han llegado a conclusiones similares. Lo que hace único este libro es la forma en la que el autor aborda estas cuestiones y lo que nos lleva a descubrir. Dialoga con un mundo caótico y hace serias reflexiones exponiendo las vanidades de la vida, las inclinaciones de la juventud, la universalidad de la muerte y la necesidad imperiosa de recuperar la sabiduría como filosofía de la vida. El predicador nos lleva de viaje por la vida y se enfrenta a las preguntas y frustraciones con las que inevitablemente todos nos encontramos en un momento u otro. Su deseo es intentar encontrar respuestas para poder vivir mejor y contento, y animar a otros a hacer lo mismo. Probablemente confiaba en encontrar el ingrediente perdido de la verdadera felicidad, la llave al éxito duradero.
En cambio, el mundo con el que se encuentra es un mundo en el que coexisten lo bueno y lo malo. Admira la superioridad de la sabiduría, y sin embargo a los sabios también les llega la muerte. Ve que la injusticia de los opresores prevalece, y sin embargo asegura que existe una justicia suprema. Cita los dichos y las acciones de personas sabias pero de inmediato reconoce que poco después ya nadie se acuerda de ellos. El tono nos exaspera. Vemos ambigüedad y confusión, una mezcla de dolor y problemas, comida, amigos, sabiduría e inquietud espiritual. Todo esto se da en un mismo lugar y en el mismo momento; una realidad compleja que a muchos nos cuesta digerir. Como Cohelet, queremos respuestas más claras, análisis más ordenados, perspectivas más reconfortantes. Y las tenemos. Pero no aquí, en medio de la duda y la oscuridad.
Cohelet, al final, nos muestra la futilidad de una vida sin Dios. Desde una mirada honesta a las cosas tal como son, nos hace ver cómo es la vida realmente. Nos pinta un cuadro muy crudo de la realidad y sugiere que merece la pena buscar a Dios en medio de todo ello. Mucho antes de Jesús, Cohelet pone de manifiesto la clara necesidad que tenemos del Dios que está con nosotros.
Aunque el mundo tal y como lo conocemos ciertamente está dañado y desordenado, y buscar respuestas en un mundo así es un absurdo, Dios no nos abandona al absurdo. Dios se hizo hombre para venir a este mundo lleno del dolor y confusión y vivir entre nosotros. Y la vida de Jesús acabó de la forma más trágica que se haya observado bajo el sol. Fue a la cruz llevando sobre sus hombros el peso de toda la fealdad y todo el horror descrito en Eclesiastés. Estuvo allí con nosotros, en medio de la oscuridad, ofreciéndonos una imagen cruda de un Dios que, en medio de esta vida igualmente cruda, merece la pena buscar.
Traducción: Dorcas González Bataller
(1) Terry Breverton, Immortal Words: History’s Most Memorable Quotations and the Stories Behind Them (London: Quercus Publishing Place, 2009), 13.